Él caminaba perdido, cuando se cruzaron. A primera vista no la reconoció, pero cuando pasó por su lado con ese andar garboso que siempre tuvo, se dio cuenta que era ella, y que otra vez más, ella se le pasaba por el costado y él la dejaba, así como se le estaba pasando la vida estos tres últimos años que llevaba pensando en ella y en esa última noche que pasaron juntos.
Claudia no lo había reconocido, o tal vez no lo quiso reconocer porque caminaba sin mirar a nadie, seguro queriendo evitar a la gente que conocía, sólo para no saludarlos.
En todo el tiempo que se había pasado lamentando el no haber podido tenerla a su lado, se prometía a si mismo que si tenía otra oportunidad de verla la seguiría, le pediría perdón, le prometería cambio, y sobre todo le juraría que nunca la había dejado de amar. La vida le estaba regalando una última oportunidad, no sabía muy bien que hacer. Cuando al fin pudo reaccionar, se dio cuenta que ella estaba cruzando la calle. Corrió en su tras, casi muere atropellado por un carro a sólo 10 metros del amor de su vida.
- Claudia - gritó sin saber muy bien que le iba a decir. Ella volteó estremeciéndose al reconocer esa voz de inmediato, y dándose cuenta de que su corazón no lo había olvidado por más que ella lo intento mil veces, y mil veces salió con hombres de todas las edades para tratar de olvidarlo. Cuando él llegó jadeando a donde estaba le dijo "Claudia, soy yo". Ella sabía quien era, si todos los días soñaba con que se lo encontraría por la calle.
Como había cambiado, estaba un poco más delgado, y con unas ojeras que delataban que pasaba las noches en vela, se le antojó pensar que no dormía bien porque pensaba en ella, y también se le antojó darle un beso en ese momento, pero se contuvo.
Él la miro con todo el amor que había guardado por tres años, pensó en abrazarla, pensó en besarla, pero también se contuvo. - Hola - dijo ella ¿Cómo has estado? ¿Cuánto tiempo?, Él - la verdad que mañana se cumplen tres años -, Ella - tanto tiempo, que rápido.
Esos ojos, él nunca los había olvidado. Ese olor que lo atormentaba cada vez que se encontraba solo en su casa y se ponía a oler sus sábanas, estaba ahí. Se había imaginado muchas veces un encuentro entre ellos, había pensado minuciosamente lo que le tenía que decir, había ensayado miles de veces las respuestas a las preguntas que supuso ella le haría. Pero estaba parado frente a ella, esa fría noche de Agosto sin saber que hacer, sin saber si levantar la mano para arreglarse el pelo, o sin saber si acercarse un poco porque estaba muy lejos de ella, o si alejarse porque estaba muy cerca. Su mirada lo decía todo, parecía que nada había cambiado en ella, esos grandes ojos café irradiaban amor. Ella se sintió un poco incómoda, tal vez se acordó de aquella noche. Sabes que estoy un poco apurada, me tengo que ir. Él había imaginado miles de diálogos, pero en ninguno de sus libretos estaba que ella le diga eso y tan rápido. "No crees que te pueda ver un día de estos, a ver si salimos a pasear". Ella - "no sé, creo que mejor no". Tras dudar un instante, se despidió y se fue casi corriendo. Él nunca se había imaginado esto, tres años esperando encontrarla, para que todo termine tan rápido, para que todo sea más confuso.
Sacó su Ipod y puso la una de las tantas canciones que le hacían recordar a ella: "Cuando respiro en tu boca, penetra tu ojo en mi ojo, me precipito hacia el cielo…", escuchaba como Claudio Valenzuela interpretaba esa poderosa melodía que él había hecho suya desde la primera vez que la escuchó y se preguntó por qué no sentía lo que decía la canción con Paula, su enamorada. No quería pensar que no estaba enamorado de ella, si eso no era amor, entonces que era el amor. Algunos meses después lo descubrió realmente, exactamente esa noche Trujillana, cuando conoció a Claudia... Esa noche sólo quiso abrazar a Claudia.