A veces quieres retroceder el tiempo, y añoras los buenos viejos tiempos. Las tardes en el taco, las noches en la plaza viendo pasar los carros y no haciendo nada para cambiar el sentido, sólo contar. Todos se fueron, y te quedaste solo.
Nunca nadie supo bien porque él había cambiado de un día para otro. Nadie supo nunca de sus encuentros en el viejo parque, nunca nadie supo que le gustaban las arañas.
Esperó que esa mañana sea diferente. Como siempre, salió de su casa con el mismo rumbo, la casa de ella. Pasó por su puerta, dudó si tocar. El corazón se le aceleró a mil, y el estómago se le revolvió hasta el punto de querer vomitar. No tendría el valor, nunca lo había tenido. Ya habían pasado dos meses de hacer lo mismo, la misma casa de fachada blanca y portón colonial por el que esperaba que salga ella. 42 veces había pasado por su casa, pero pensó que esta vez sería diferente. Y vaya que fue diferente.
Esperó que esa mañana sea diferente. Como siempre, salió de su casa con el mismo rumbo, la casa de ella. Pasó por su puerta, dudó si tocar. El corazón se le aceleró a mil, y el estómago se le revolvió hasta el punto de querer vomitar. No tendría el valor, nunca lo había tenido. Ya habían pasado dos meses de hacer lo mismo, la misma casa de fachada blanca y portón colonial por el que esperaba que salga ella. 42 veces había pasado por su casa, pero pensó que esta vez sería diferente. Y vaya que fue diferente.
Otra mañana más, a las siete tenía que estar levantado, bañado y desayunado listo para salir. Sabía que si demoraba un minuto más, estaría lamentándose todo el día porque estaba seguro que ella habría salido de su casa ese minuto antes, culpable de su futura felicidad.
Se encontraba entre tocar y no tocar el timbre, cuando sintió que la puerta de la felicidad se abría. Era ella, y salía recontra apurada, por lo de que las chicas se arreglan una hora.
Él tomó valor de donde no tenía, y se acercó. Ella no sabía de su existencia, no sabía que con esa eran 43 pasadas por su casa y 43 indecisiones para tocar el timbre y buscarla y acompañarla al colegio. “Tocar o no tocar, he ahí el dilema”. Pobre pequeño Hamlet, como quedó arruinado en el suelo, totalmente pisoteado y con el alma doliendo por dentro, cuando a punto estuvo de acercarse y vio que ella subía al carro de ese mariconcito de mierda, que ahora la lleva a donde él quiera. Esa mañana realmente deseó haberse demorado más de un minuto, para que no le rompan la ilusión.
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