Claudia tiene 21 años. Es una chica promedio. Le gusta bailar los fines de semana y a veces sueña con tener un enamorado que aparte de guapo sea interesante. La otra noche conoció a alguien y quedó inmediatamente pasmada.
Le contó todo sobre su vida. Se sentía un poco extraña, sentía que conocía a este tipo de toda la vida, era como si en otra vida hubiesen sido pareja.
A la hora y media de haberlo conocido, él ya sabía que a Claudia le gustaba la fotografía, que soñaba con ir a París para ver si de una vez por todas podía escribir, y también sabía que ella había tenido un reciente rompimiento con su enamorado de siempre.
La pequeña sonrisa que se esbozó en su rostro sólo significaba la emoción que él sentía al saber que Claudia ya no estaba con enamorado. Lentamente dejó que Claudia hable sobre su pasado amor. Ella cada vez se soltaba más e iba llegando justo a donde él quería. Habían pasado dos horas desde que se conocieron, cuando él se aprovechó de la situación.
Claudia le contó que su ex enamorado se había portado muy mal con ella. Esta era su última oportunidad, mientras Claudia le contaba que se sentía hasta la hueva él la miró fijamente a los ojos, le levantó la cara y sin darle tiempo para que se de cuenta de lo que pasaba, la besó. Fue un beso lento, con mucha pasión. Cuando sus labios se separaron, y Claudia pudo reaccionar, él había cambiado. La dulzura de su voz había desaparecido, su mirada no era la misma y sobre todo su actitud. Esa maldita actitud de alguien que ha conseguido lo que quiere y ya no lo necesita fue la que se apoderó de él instantes antes de que se pare y se excuse con Claudia, diciendo que iba por unas cervezas.
Claudia se dio cuenta en ese momento de lo difícil que era la vida a sus 21 años. Pensó que todos los hombres eran iguales, sólo tenían lo que querían, y luego se terminaba todo. Claudia notó que la magia de todo se había perdido muchos años atrás, y que recién estaba conociendo a la realidad.
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